De las viviendas cooperativas a la ayuda profesional en casa: vida y cuidados en la vejez más allá de las residencias

De las viviendas cooperativas a la ayuda profesional en casa: vida y cuidados en la vejez más allá de las residencias

Mavi, que pasó más de 15 años cuidando a sus padres en la vejez, ahora tiene 63 años. La experiencia le empuja a anticipar su futuro y ante las situaciones que sufrió como cuidadora piensa: "A mí esto no me va a pasar". Quiere prever lo que pueda venir y "hacer la vida más fácil a quienes están a alrededor" si algún día le sobreviene una demencia u otro problema de salud que le vuelva dependiente.

La perspectiva que le da haber tenido que renunciar a su trabajo y a un modo de vida para garantizar el bienestar de su madre, primero, y el de su padre después, le ha puesto en alerta. Será una de los 10 millones de personas que tendrá más de 65 años en 2025. ¿Cómo y dónde quiero vivir?, ¿podré disponer de los cuidados necesarios si los necesito?, se preguntan muchos de la generación del ‘baby boom’ a la que pertenece.

Pero el futuro es incierto y la realidad, compleja. “El grupo de las personas mayores es muy heterogéneo (...) La persona más anciana en España tiene 114 años. Estamos hablando de un grupo de edad que ocupa 50 años”, advierte Irene Lebrusán, doctora en sociología e investigadora del Centro Internacional sobre el Envejecimiento (CENIE). “Estamos asumiendo que personas con esa amplitud de edades está en las mismas condiciones y, al final, son poblaciones que pertenecen a generaciones muy distintas”.

Así, las soluciones de vivienda y cuidados en la vejez de las próximas décadas también tendrán que ser variadas.

 

Residencias que sean “hogares”

“Viendo cómo funciona el sistema de residencias en nuestro país… nadie quiere eso”, comenta Mavi sobre su rechazo inicial a vivir en un geriátrico. La pandemia destapó muchas de las deficiencias del modelo, pero lo cierto es que el coronavirus ha sido solo la gota que colmó el vaso. Algunos expertos llevan años promulgando una transformación profunda; pasar de la “atención centrada en la enfermedad” a la “atención centrada en las personas”.

Humanizar el cuidado, respetar la dignidad de las personas con independencia de su estado o garantizar el derecho de controlar la propia vida son algunas de las prioridades de ese “enfoque ético”, según explica a RTVE.es la psicóloga gerontóloga Teresa Martínez. No se trata de una crítica a los profesionales sociosanitarios de hoy, sino un cambio estructural para superar la “institucionalización”: “Cuidar va mucho más allá de cumplir tareas, ofrecer servicios o llegar a una cobertura de plazas. Cuidar es acompañar vidas que merezcan la pena”.

 

“Martínez: “Cuidar es acompañar vidas que merezcan la pena”“

En efecto, no todas las personas mayores de 65 años vivirán en residencias, pero un pequeño porcentaje —el más vulnerable— necesitará cuidados de larga duración que no siempre pueden darse en las casas. Para Martínez, la solución a ese reto mayúsculo, está en “reconvertir” el espacio de las grandes residencias que ya existen. ¿Cómo? Subdividiendo las plantas de estilo hospitalario —con sus largos pasillos y salas amplias— en casas donde convivan entre 10 y 15 personas, “con su cocina, su salón, su habitación individual con baño…”. Es decir, “hacer vida de casa”, pero en un centro con profesionales.

“Para eso es importante que los auxiliares estén fijos y no anden rotando de un sitio a otro como pasa ahora, que estén muy formados y que haya unas ratios adecuadas para hacerlo”, prosigue, tras valorar el “éxito” en otros países. Según los estudios existentes, el modelo mejora la calidad de vida de los residentes, sobre todo, en el caso de las personas con demencia. Asimismo, aumenta la satisfacción de los trabajadores y la implicación de las familias. En España, sin embargo, sigue siendo una opción minoritaria. “Falta apuesta, compromiso e inversión”, lamenta Martínez.

De hecho, bajo esta misma premisa de que los ‘asilos’ empiecen a parecerse más a un “hogar”, Gobierno y comunidades autónomas llegaron en junio a un acuerdo que impone a las nuevas residencias un máximo de 120 plazas, al tiempo que se aumentan las exigencias de personal. No obstante, nueve ejecutivos autonómicos —Galicia, Madrid, Andalucía, Murcia, Ceuta, Cataluña, País Vasco, Castilla y León y Castilla-La Mancha— votaron en contra, bien por considerar que no es viable económicamente o que invadía sus competencias. El plan estatal, que marca un periodo de transición hasta 2029, si no ha nacido ya muerto, parece herido de gravedad.

 

Envejecer en casa: del cuidado familiar al profesional

Así, Mavi preferiría permanecer en su casa, como la mayoría de las personas mayores —y, en realidad, a cualquier edad. “Percibimos nuestra vida como algo continuo. Eres la misma persona, pero con más años”, recuerda Lebrusán, una idea en la que coinciden todas las fuentes consultadas. En ese sentido, la socióloga llama a poner en contexto el peso de las residencias en España: menos del 4% de las personas de mayores de 65 años viven “institucionalizadas”, según el censo de 2011, el último que recogió el dato y que, de hecho, incluye en la cifra también a presos o quienes viven en conventos.

“Las personas queremos permanecer y envejecer en nuestra casa, en nuestro entorno, el mayor tiempo posible, siendo necesario contar con los cuidados adecuados y necesarios”, refiere Sabina Camacho, presidenta de la Confederación Española de Organizaciones de Mayores (CEOMA), quien pone el dedo en llaga: “es necesario fortalecer los servicios de cuidados a domicilio”.

La Comisión Europea reconoce en su Estrategia de Cuidados de 2022 que alrededor de “un tercio de los hogares con necesidades de cuidados de larga duración no utilizan los servicios de asistencia a domicilio porque no pueden permitírselos” y otros muchos tienen que pagar “elevados gastos de su bolsillo”.

Según la Encuesta Europea de Salud (EHIS), con datos de 2019, la situación en España se encuentra a la par de la media europea y en torno al 30% de personas de más de 65 años declaran haber recurrido a servicios de asistencia domiciliaria debido a su dificultad “grave” para el cuidado personal o las tareas domésticas. En la cabeza del ranking, Bélgica, Dinamarca y Holanda superan el 50%.

“El modelo de cuidado en España es principalmente familiar, dominado por las mujeres, informal y de tiempo intensivo”, describe la red europea Eurocarers, que reúne a las organizaciones de cuidadores y los centros de investigación en este ámbito. En opinión de Irene Lebrusán, investigadora del CENIE, no es “sostenible” para el sistema que la necesidad de los cuidados siga recayendo en las familias. “Son personas que no pueden trabajar o lo están haciendo sin cotizar (...) Tampoco nos podemos permitir la cuestión psicosocial sobre esas personas: el síndrome del cuidador quemado, etc.”, argumenta la socióloga, que urge a “profesionalizar” este ámbito.

 

Una de cada cinco personas son “vulnerables” en sus casas

Pero cuando se habla de envejecer y recibir cuidados en casa quizás se está dando por sentado que ya existe el bienestar material básico en la vivienda. “El 20% de la población mayor de 65 años está en situación de vulnerabilidad residencial”, lanza Lebrusán, como resumen de su tesis doctoral publicada en 2018. Para llegar a esa conclusión, y de nuevo con datos del censo de 2011, evaluó si las casas contaban con agua corriente o no, lugar de aseo, ascensor, teléfono, calefacción... 

Cada una de estas variables puntuaba distinto y tuvo en cuenta también si estaban en una región más fría o más cálida, si era un segundo piso o un cuarto. “Tenemos cierta tendencia a asumir que cuando eres propietario, lo eres de una vivienda en buenas condiciones. Hay mujeres a las que les ha llegado por herencia y no tienen los ingresos para hacer frente [a las reformas]. O personas en situación de alquiler que no pueden hacer obras en el baño o no votan en la comunidad de vecinos para poner un ascensor. Existen una serie de normativas que, en teoría, les defenderían, pero generalmente las personas no las conocen”, sostiene.

Mientras tanto, otros modelos de vida y vivienda en comunidad están empezando a despegar. Es el caso del llamado cohousing, donde un grupo de personas comparten un espacio y pueden organizar, en común, una serie de servicios y actividades. “En muchos casos, además, proyectan sus propios diseños arquitectónicos, que pueden ser sin barreras y atendiendo al estilo de vida que quieren compartir”, explica la consultora en gerontología Lourdes Bermejo, quien está trabajando de cerca con esta clase de proyectos organizados como cooperativas sin ánimo de lucro. Todo ello, “teniendo claro que no es comuna. Cada uno tiene su vida individual”, puntualiza.

Para Bermejo, el cohousing es una “alternativa más para vivir cuando se tienen unos años”, aunque no es apta para todo el mundo: “Implica una manera de ver las cosas, el deseo de autogestionarse la vida, de formar parte de un grupo, una responsabilidad con la iniciativa”. Su camino, además, todavía está lleno de obstáculos. El más evidente es el coste económico, pero también preocupa la complejidad del marco legal.

En cualquier caso, muchos ven en estos proyectos cooperativos un espacio idóneo para la participación cívica de los ‘boomers’, que llegarán a la edad de jubilación mayoritariamente con una buena salud y las ganas de seguir teniendo un papel en la sociedad. “Mientras el ser humano puede hacer cosas valiosas y útiles, se siente bien”, reflexiona Bermejo.

Del mismo modo, la tendencia hacia una “atención centrada en las personas” reivindica la “autonomía” de las personas dependientes y atraviesa las paredes de las residencias. “Una persona con demencia en una fase moderada, por ejemplo, a lo mejor no es capaz de decidir sobre su patrimonio, pero con apoyos puede seguir decidiendo sobre la vida cotidiana”, desarrolla la psicóloga gerontóloga Teresa Martínez, y destaca el derecho de todas las personas a que se respeten “su identidad y sus valores” hasta el final de sus días. Sea en casa, en una residencia, en un proyecto cohousing senior o en lo que esté por venir.

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