Cuando la izquierda dejó de escucharse - 1
Cuando la izquierda dejó de escucharse

Cuando la izquierda dejó de escucharse

“La historia enseña, pero no tiene alumnos.”  Antonio Gramsci

El día después del silencio

La mañana siguiente a la elección en Chile no fue estridente. No hubo cacerolazos ni épica. Hubo algo peor: normalidad. Recuerdo estar sentado frente a un café que se enfriaba rápido, leyendo los resultados una y otra vez, como quien espera que una cifra cambie si se le mira con suficiente insistencia. No cambió. José Antonio Kast había ganado de forma aplastante. La izquierda, otra vez, se explicaba a sí misma. Y esa escena —la izquierda hablándose en voz alta mientras el país ya estaba en otra conversación— resume mejor que cualquier gráfico lo ocurrido en 2025. No fue solo una derrota electoral. Fue un desencuentro emocional, cultural y estratégico con la sociedad chilena.

El extravío del proyecto

La primera grieta fue interna y profunda: la desorientación y pérdida de identidad. Durante años, la izquierda chilena administró el gobierno como si gobernar fuera suficiente para convencer. Confundió gestión con hegemonía. Gramsci advertía que el poder no se sostiene solo desde el Estado, sino desde el sentido común. Y ese sentido común se les escapó de las manos. El proyecto dejó de ser reconocible. ¿Era una izquierda transformadora o una izquierda administrativa? ¿Un bloque popular o una suma de causas fragmentadas? Cuando un proyecto no sabe responder quién es, el electorado responde con distancia.

A ese vacío se sumó la fragmentación y falta de unidad. No nos hagamos: la izquierda llegó dividida, desconfiada, más preocupada por sus disputas internas que por construir un horizonte compartido. Hubo llamados tardíos a la unidad, pero sin narrativa común, sin emoción, sin dirección. En política, la unidad no se decreta; se construye. Y cuando no se construye, se paga.

La agenda que no se quiso ver

Mientras tanto, la derecha entendió algo elemental: la seguridad y la migración no eran temas secundarios. Eran el centro del malestar social. Las encuestas de 2025 lo mostraban con claridad: delincuencia, corrupción e inmigración encabezaban las preocupaciones ciudadanas. Pero la izquierda respondió tarde, mal o con silencios incómodos. En algunos casos, incluso con condescendencia moral. Eso no se lo cree nadie.

Aquí operó una sordera política peligrosa. La izquierda habló de lo que consideraba importante, no de lo que la gente sentía urgente. Sun Tzu diría que eligió el terreno equivocado para la batalla. Kast, en cambio, hizo algo simple y eficaz: nombró el miedo, prometió orden y ofreció una narrativa clara. Puede gustar o no, pero funcionó.

La derecha que mutó (y supo leer el momento)

Otro error fue subestimar la emergencia de nuevos actores de derecha. Kast no ganó solo. A su alrededor orbitó una derecha reconfigurada, donde figuras como Franco Parisi o Johannes Kaiser captaron enojo, desencanto y deseo de ruptura. No era el viejo pinochetismo puro; era una derecha híbrida, emocional, digital, capaz de disputar sentido común sin pedir permiso.

Y aquí aparece una diferencia clave que conviene subrayar con bisturí: la derecha chilena se renovó. Cambió rostros, tonos, prioridades y métodos. Supo leer el momento histórico y adaptarse. En México ocurre lo contrario. La derecha está disminuida, sí, pero no por persecución ni por hegemonía moral de la izquierda, sino porque siguen siendo los mismos actores que ya la hundieron. No hay renovación real, no hay proyecto nuevo, no hay narrativa fresca. Hay reciclaje de élites y nostalgia de un pasado que ya no conecta con la mayoría.

Por eso, no se pueden hacer comparaciones mecánicas. Chile mostró una derecha que muta para ganar. México exhibe una derecha que se repite para sobrevivir. Y aun así, el caso chileno debería encender todas las alarmas.

Morena, atención: las derrotas ajenas también enseñan

Aquí viene lo verdaderamente incómodo. Los resultados electorales en Chile no son una postal lejana: son una advertencia directa para Morena y para cualquier fuerza que hoy gobierna con comodidad. La hegemonía no es eterna. El respaldo popular no es hereditario. Se renueva o se pierde.

Es cierto: hoy la derecha mexicana no representa una amenaza estructural comparable a la chilena. Está fragmentada, sin relato, sin renovación. Pero ese fue exactamente el error de la izquierda chilena: creer que enfrente no había alternativa viable. El adversario no se mide por lo que es hoy, sino por lo que puede llegar a ser cuando el malestar social se acumula y encuentra voz.

Si Morena deja de escuchar, si confunde control institucional con legitimidad social, si se encierra en su propio lenguaje y subestima temas como seguridad, corrupción o vida cotidiana, el desenlace puede no ser inmediato, pero será inevitable. Maquiavelo lo decía sin rodeos: el poder que no se cuida, se pierde.

La escena final

Imagino una calle de Santiago al amanecer, con afiches despegándose de los muros, rostros de campaña ya irrelevantes, barridos por el viento. El país camina hacia el trabajo. La política, si quiere volver a ser relevante, tendrá que volver a caminar con él. Chile ya dio esa lección. La pregunta es si en México alguien está dispuesto a aprenderla antes de que sea demasiado tarde.

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