Después del temblor: Cómo Sheinbaum domó el caos y reordenó la casa guinda - 1
Después del temblor: Cómo Sheinbaum domó el caos y reordenó la casa guinda

Después del temblor: Cómo Sheinbaum domó el caos y reordenó la casa guinda

“El poder no se hereda: se reorganiza cada vez que amenaza con desbordarse.”  Hannah Arendt

Café para templar un país

Entre el ruido y la respiración

Esa mañana de diciembre, mientras el café burbujeaba como si reclamara su propio lugar en el cuarto, pensé en una escena que viví hace años en un cuarto de guerra en Querétaro. Habíamos atravesado una semana desastrosa: filtraciones, traiciones silenciosas, columnistas afilados como navajas. Recuerdo que un viejo operador me dijo: “Raúl, el caos no se combate a gritos; se le cambia el ritmo hasta que baila contigo.” Esa frase regresó ahora, mientras las notificaciones sobre el “noviembre negro” de Morena seguían cayendo en mi teléfono.

Y es que hay meses que no son meses: son microterremotos. Noviembre fue uno. Se abrieron grietas, se expusieron ambiciones y el movimiento hegemónico que había presumido unidad monolítica descubrió su vulnerabilidad. Pero otra cosa ocurrió, algo que sólo los consultores que huelen el poder de cerca entienden: Claudia Sheinbaum decidió controlar el caos antes de que el caos la narrara a ella.

II. Anatomía de la reorganización del poder (Cuerpo analítico profundo)

El arte de recentrar una hegemonía

Sheinbaum no hizo lo que muchos esperaban. No azotó la puerta, no confrontó de frente. Hizo algo más complejo: reacomodó el centro de gravedad del movimiento, ajustó símbolos, disciplinó a actores clave y recuperó la narrativa antes de que la narrativa la devorara. Eso —créanmelo— es más difícil que ordenar una bancada rebelde. Es cirugía política.

Los datos lo confirmaban. Latinobarómetro 2024 registró un desgaste natural en la confianza hacia los partidos de gobierno, e Inegi mostraba caídas de ánimo económico en algunos estados. Todo esto operó como una tormenta perfecta. Morena entró en crisis no solo por sus pleitos internos, sino porque su ecosistema emocional estaba saturado. Y aun así, Sheinbaum logró revertir la curva psicológica del movimiento.

¿Cómo lo hizo?

1. Control de daños narrativo: ganar el “frame” antes que el adversario

Noviembre exhibió una evidencia clásica de Gramsci:

cuando el sentido común empieza a desplazarse, la hegemonía se perfora.

Las facciones internas quisieron instalar un relato de debilidad gubernamental. Las redes amplificaron esa narrativa con ferocidad digital: 48 horas bastaron para que el “desorden” se volviera una categoría emocional.

Pero Sheinbaum corrigió el encuadre. No solo habló de unidad; mostró unidad. Apareció rodeada de figuras estratégicas, cerró filas sin estridencia, reactivó la pedagogía política de la 4T. En términos transmedia, cambió el guion y forzó a todos a leer su libreto.

En Morena lo entendieron tarde, pero lo entendieron:

la narrativa no describe el poder; lo constituye.

2. Reordenamiento interno: cuando el liderazgo se vuelve arquitectura

En la teoría de Maquiavelo, el príncipe eficaz no es el que castiga más fuerte, sino el que hace sentir el límite sin mostrar el garrote. Eso hizo Sheinbaum.

Hubo llamadas privadas, hubo decisiones silenciosas, hubo recordatorios de dónde está el vértice de la pirámide guinda. No hizo purgas dramáticas; hizo algo más sofisticado: reactivó la cadena de mando.

La disciplina regresó no por miedo, sino por claridad estratégica.

3. La operación simbólica: restituir la idea de rumbo

Las crisis políticas no estallan por problemas internos; estallan cuando la ciudadanía percibe que nadie conduce el barco. Pero tras noviembre, Sheinbaum devolvió la sensación de conducción.

Apareció firme, serena, técnica, consciente de su papel. Y esa combinación —temple más método— es lo que estabiliza proyectos hegemónicos. Es Sun Tzu en versión civil:

ganar sin pelear es reencuadrar el conflicto para dejar sin arena al adversario.

4. Recuerdo de campaña: el valor de la disciplina bien colocada

En 2015 negocié en un cuarto de guerra de Querétaro con un grupo que quería dinamitar la campaña por ambición. Si cedíamos un milímetro, todo colapsaba. Lo resolvimos no expulsando, sino alineando roles, reconstruyendo la misión común. Al leer lo ocurrido en Morena, ese eco regresó: no se trata de eliminar disidentes, sino de reubicar su utilidad estratégica.

 

 

 

 

III. La paradoja del poder hegemónico

 

El orden recuperado siempre es temporal

 

Morena recompuso su centro de gravedad. El caos ya no dicta la conversación, y Sheinbaum pasó la página con la precisión de quien sabe que la gobernabilidad también depende de la dramaturgia política.

 

Pero —y aquí está el nudo de la historia— la hegemonía nunca es estable. Está siempre en disputa. Las candidaturas de 2027 abrirán nuevas grietas. Las tensiones territoriales volverán. Las redes, ese monstruo al que todos creen domar, seguirá acechando.

 

Foucault lo dijo con brutal claridad:

el poder no se posee; se ejerce, se defiende y se renueva.

 

Sheinbaum ganó esta ronda. Controló el relato. Enderezó el movimiento. Recuperó la autoridad simbólica. Pero la pregunta final sigue flotando en el aire:

 

¿podrá mantener alineado a un movimiento que, por naturaleza, vive entre la disciplina que lo sostiene y la diversidad que lo enriquece?

 

Esa es la verdadera batalla después del temblor.

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