En el México del siglo XXI, levantar la voz es una sentencia de muerte - 1
En el México del siglo XXI, levantar la voz es una sentencia de muerte

En el México del siglo XXI, levantar la voz es una sentencia de muerte

***Carlos Manzo pidió protección; el gobierno le ofreció impunidad.

La impunidad del gobierno no salva vidas: las condena y las asesina.

Por Victoria Aburto

“México no está en guerra.

Está en descomposición. Está en ruinas morales.

Aquí el crimen ya no solo dispara balas: dispara silencios, y el gobierno los celebra.”

El asesinato de Carlos Manzo, alcalde de Uruapan, no fue un hecho aislado.

Fue la confirmación de lo que ya sabíamos y no queríamos admitir: Que en este país, al que alza la voz, lo matan.

“Manzo, quien se atrevió a hacer frente tanto al crimen organizado como al gobierno de Claudia Sheinbaum, fue asesinado ayer”. Su muerte se suma a la alarmante cifra de funcionarios públicos, periodistas y ciudadanos que pierden la vida por alzar la voz en México, un país donde la valentía se paga con sangre y el silencio se premia con impunidad.” Un país que, cuando no dispara, se lava las manos.

Manzo no cayó por ambición ni por poder. Cayó por atreverse a hacer lo correcto, por no arrodillarse ante el crimen ni rendirse ante la indiferencia. Su muerte no es una tragedia individual: es una confesión colectiva.

México ha decidido premiar al corrupto y castigar al que enfrenta.

“Honramos a los héroes cuando ya están muertos, pero nunca los protegemos cuando aún respiran.
Nos indigna su muerte, pero ignoramos su vida.”

Este país —como en los tiempos de Jesús— sigue eligiendo liberar a Barrabás.

Seguimos crucificando a quien incomoda, a quien denuncia, a quien dice la verdad sin permiso.
Y los nuevos Poncios Pilatos se sientan hoy en Palacio Nacional, en los congresos, en los templos, en las redacciones…

Lavándose las manos con discursos, estadísticas y justificaciones.

Carlos Manzo pidió ayuda.

No una, ni dos, sino decenas de veces.

Su voz se perdió entre conferencias y promesas.

Pidió protección, y le respondieron con silencio.

Y el silencio, en este país, mata igual que una bala.

Su crimen no solo fue político: fue moral.

Porque cuando el Estado ignora a los suyos, el crimen lo gobierna.

Porque cuando el gobierno calla, la impunidad habla.

Y porque cuando un país se acostumbra a ver morir a los valientes, deja de merecerlos.

Mientras el gobierno presume abrazos, el narco reparte entierros.

“Mientras los discursos hablan de paz, los cementerios florecen.”

Mientras la presidenta sonríe desde el templete, los pueblos entierran a sus alcaldes.

¿De qué sirven las mañaneras si la noche se traga a los que no se arrodillan?

¿De qué sirve predicar justicia si no se protege a quien la exige?

¿De qué sirve presumir autoridad si los criminales mandan más que el Estado?

México está lleno de Carlos Manzos anónimos: maestros que denuncian, periodistas que escriben, mujeres que buscan, activistas que no duermen. Todos viven con el mismo destino pendiendo del hilo: hacer lo correcto, y pagar con la vida.

Y mientras tanto, los ciudadanos —los mismos que gritan en redes, pero callan en las urnas—, observan el funeral y vuelven a su rutina, convencidos de que el problema es de “los de arriba”.
No lo es.

Es de todos…

Porque en este país todos votamos, todos callamos, todos permitimos.

Carlos Manzo no murió solo.

Lo mató un sistema entero.

Un sistema que se alimenta de la indiferencia, de los abrazos sin justicia, de las promesas sin consecuencias.
Un sistema que convierte la valentía en mártir y la cobardía en carrera política.

México llora a Carlos Manzo, pero el gobierno ya prepara su discurso. Dirán “no quedará impune”, como lo dicen siempre, sabiendo que la impunidad es política de Estado.

Y tú, lector, no estás fuera de esta historia.

Porque mientras sigamos normalizando la muerte de los valientes, mientras sigamos eligiendo verdugos por simpatía, mientras sigamos creyendo que la fe, la patria o el partido son excusa para el olvido, seguiremos viviendo entre sepulcros blanqueados.

Carlos Manzo decía: “Ni un paso atrás.”

Hoy, su frase ya no es consigna: es epitafio.

Pero también puede ser renacimiento, si tenemos el coraje de entenderla.

México no necesita héroes nuevos.

Necesita memoria.

Porque en México no matan las balas: mata la indiferencia, la cobardía institucional y el silencio disfrazado de orden.

Como en los tiempos de Jesús, el justo fue crucificado mientras el poder se lavaba las manos y la multitud pedía que liberaran a Barrabás.

Carlos Manzo no murió por azar: lo mató el Estado que no escuchó, el sistema que lo ignoró y un país que aprendió a normalizar la muerte.

Que su voz no se apague entre rezos ni discursos:

que arda, que ilumine, que incomode, hasta que en México decir la verdad deje de ser una sentencia de muerte. 

“Hoy fue Carlos Manzo; mañana puede ser cualquiera de nosotros.

Los que aún creemos que callar es peor que morir.

Los que prefieren morir de pie antes que vivir arrodillados.

Los que no nos vendemos, los que no nos adaptamos a un sistema corrupto.

Los rebeldes con causa y con memoria:

los que todavía creemos que este país puede despertar de su propio entierro.”

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