La pasarela de los candidateables de Tlaxcala y provocadores y bots contra México
Este fin de semana, circuló una fotografía que fue ampliamente difundida en la que aparecen servidores públicos en activo rodeando a la mesa donde se encontraba la gobernadora de Tlaxcala, Lorena Cuellar Cisneros, degustando de las ya constantes y anuales paellas de la Tlaxcala, la Feria de Ferias 2025.
Pues bien, la gráfica tiene (de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo) al diputado local Vicente Morales Pérez; al titular del Fomtlax, Carlos Augusto Pérez Hernández; al —nada querido por el magisterio— secretario de educación, Homero Meneses Hernández; al delegado federal del Bienestar, Carlos Luna Vázquez; la secretaria de turismo federal, Josefina Rodríguez Zamora; al centro la gobernadora, Lorena Cuellar Cisneros y finalmente el alcalde capitalino, Alfonso Sánchez García.
Vamos a analizar un poco la grandilocuencia de la fotografía para entender el mensaje implícito.
El diputado Vicente Morales, arriba a la izquierda de la fotografía, es excluido por los otros 3 de arriba, Carlos Augusto, Homero y Carlos Luna, quienes posan más cercanos y en su lenguaje corporal.
La razón de ese mensaje de rechazo es porque en un mes, el diputado Vicente Morales ha logrado colarse a la tercera posición de los favoritos para la candidatura de la gubernatura, y no lo digo yo, lo dicen las encuestas.
Entre los varones de Morena, se encuentra a la cabeza de manera indiscutible, el alcalde Alfonso Sánchez García en las preferencias con el 33.22%. El titular del Fomtlax, en segundo con 13.42% y el diputado en cuestión, con 10.40%.
Ya de los otros ni hablamos, porque su popularidad hasta le sale a deber al electorado. Pero el caso de Vicente Morales, que aunque no le ganaría al alcalde Alfonso Sánchez, hay que decirlo, podría escalar al segundo lugar si se lo propone.
Y también debo señalarlo, Vicente y Alfonso tienen cualidades que los demás no, y es esa cercanía que los hace confiables, es su educación y atención lo que los coloca por encima de los demás. Ahí se los dejo sobre la mesa.
Pues bien, continuando con este breve análisis, los que flanquean a la gobernadora en la fotografía son la secretaria de turismo federal y el alcalde capitalino.
Para los que entienden de simbolismos, es claro, si es mujer la candidata a la gubernatura, el corazón de la gobernadora está con Josefina Rodríguez Zamora, que apenas estuvo en la mañanera con la presidenta Claudia Sheinbaum, para mostrar los indicadores de turistas que viajan por avión a destinos turísticos.
En la que informó que este 2025 se incrementó 3.3% en vuelos nacionales y en vuelos internacionales el 1.4%. Dicen que chamba mata grilla.
Oiga usted y hablando de que chamba mata grilla, se encuentra el presidente de Tlaxcala capital, Alfonso Sánchez García, al que hay que reconocer que los índices del delito cayeron en la capital tras el incremento de vehículos policiales y uniformados.
La capital de Tlaxcala ya se siente más segura y eso es evidente. Asimismo el asunto de la recolección de basura se ha mejorado mucho, aunque eso no impide que el camión que pasa los domingos en la calle Morelos, pase sigilosamente sólo para beneficiar a los de un bar y no llevarse la basura de los vecinos que viven sobre la calle y los que viven en las escaleras que llevan a la Vista. Ahí pedimos que haya regularidad en el servicio.
Por otra parte, los servicios que presta la CAPAM, también han mejorado significativamente en la reparación de fugas, aunque en el caso de la Calle Morelos (también), repararon una fuga significativa este fin de semana, pero no repararon la calle empedrada que sube hacia la facultad de filosofía y letras, que dicho sea de paso, hay tramos donde ya se presentan hendiduras a lo largo de la calle.
Por otra parte, hemos visto a un presidente municipal cercano a la gente, saliendo a hacer recorridos para escucharlos de viva voz y poder atender a comerciantes formales y a locatarios del mercado municipal, atendiendo las circunstancias particulares de las colonias como atendiendo las reuniones con la Asociación de Autoridades Municipales de Tlaxcala, aunque muchos de los otros presidentes municipales sean omisos, informales, impuntuales y ausentes.
El liderazgo no es cosa sencilla, pero es un trabajo sólo para los más aptos.
De allí que mi reflexión final del tema de la fotografía, es que la gobernadora tiene a sus gallos sentados a los lados, flanqueando su liderazgo y su persona, son dos profesionales en sus materias y debo señalarlo muy puntualmente:
Si el candidato para el 2027 es hombre será Alfonso Sánchez García, si la candidata es mujer, será Josefina Rodríguez Zamora.
La marcha de la Generación Z
La historia reciente de México ha dejado una marca persistente sobre la protesta social: la presencia de infiltrados y provocadores que aparecen justo en los momentos clave, en los lugares exactos y con la violencia precisa para justificar el uso de la fuerza contra ciudadanos desarmados.
Es un patrón que se repite desde hace décadas, pero que en los últimos dos sexenios adquirió formas más visibles y, sobre todo, más sofisticadas.
Lo que antes era un grupo de encapuchados actuando en la calle, hoy convive con ejércitos digitales que moldean la conversación pública, atacan a los inconformes y colocan un marco narrativo que deslegitima cualquier reclamo ciudadano.
Entre ambos frentes —el físico y el digital— se construye la duda permanente que acompaña a las marchas de hoy: ¿quién protesta?, ¿quién provoca?, ¿quién manipula?
En la administración de Enrique Peña Nieto, la sospecha dejó de ser especulación para convertirse en un factor central de cada movilización.
El 1 de diciembre de 2012, durante los disturbios en el Centro Histórico por la toma de protesta, múltiples colectivos documentaron la presencia de sujetos encapuchados que actuaron con libertad mientras la policía se enfocaba en los manifestantes pacíficos.
Esa dinámica —los violentos sin ser detenidos y los ciudadanos reprimidos— se volvió una constante. Marchas por Ayotzinapa, protestas estudiantiles, manifestaciones contra el gasolinazo o movilizaciones por agravios sociales tuvieron el mismo denominador común: grupos que aparecían de la nada, prendían la chispa y provocaban la entrada de las fuerzas de seguridad.
Parte de la memoria colectiva de ese sexenio no es sólo la represión, sino la sensación de que siempre había alguien ahí para justificarla.
El cambio de gobierno en 2018 no modificó del todo ese patrón, el discurso de Andrés Manuel López Obrador prometió que ya no habría represión, pero las acusaciones de infiltrados siguieron apareciendo desde el propio poder.
En 2019, cuando las marchas feministas tomaron las calles de la Ciudad de México con fuerza inédita, el presidente aseguró que había provocadores infiltrados para dañar la imagen del movimiento, pero nunca dijo que esos provocadores eran de sus propias filas.
Años después, al hablar de normalistas de Ayotzinapa, diría que el crimen organizado se había infiltrado en sus protestas
En ambos casos la narrativa se repite: la protesta es válida, pero la violencia es ajena, manipulada, importada.
El efecto también se repite: el Estado justifica sus operativos, desdibuja las demandas y coloca una sombra sobre los ciudadanos que ejercen su derecho a manifestarse.
Lo que sí cambió en el sexenio actual es la dimensión digital del fenómeno.
La operación de cuentas automatizadas y redes coordinadas se convirtió en parte del paisaje político cotidiano. Investigaciones académicas, observatorios de redes y especialistas en desinformación llevan años documentando el uso de bots para alterar narrativas, entorpecer discusiones públicas y atacar a opositores y ciudadanos críticos.
Durante el caso Ayotzinapa, en el sexenio anterior, se evidenció cómo el hashtag #YaMeCansé fue inundado por comportamiento no humano para diluir su potencia. Lo que entonces era un síntoma se volvió un método en el gobierno actual.
Hoy, cada vez que surge una protesta —especialmente si incomoda al poder— se activa en redes una maquinaria que repite el mismo libreto: quienes marchan son “derechistas”, “ultraderechistas”, “golpistas”, “fifís”, “conservadores”, “manipulados”, “pagados”.
El objetivo ya no es debatir las causas de la inconformidad, sino anular al ciudadano que protesta.
Es un etiquetado automático que se replica con velocidad industrial y que jamás proviene de la espontaneidad: cientos de cuentas repitiendo el mismo mensaje, con el mismo lenguaje y en el mismo minuto.
Esa maquinaria digital opera en paralelo a la presencia física de grupos violentos en las marchas.
Son dos brazos de una misma lógica: si la protesta es legítima, la narrativa debe restarle legitimidad; si la protesta es pacífica, debe aparecer un acto que genere tensión; si la protesta llena las calles, debe surgir un discurso que sugiera manipulación política; si la protesta no puede detenerse con argumentos, debe enfrentarse con fuerza
En la calle, un encapuchado lanza una piedra. En la red, cien cuentas llaman “golpistas” a quienes marchan. Entre el impacto y el insulto, la protesta queda atrapada.
Para la ciudadanía, este ecosistema tiene un efecto devastador, porque protestar se vuelve un acto de riesgo doble, el riesgo físico por la posible intervención de la fuerza pública y riesgo simbólico por la deslegitimación inmediata en redes sociales.
La protesta pierde su condición natural de espacio democrático y se convierte en territorio vigilado, intervenido y narrado por el propio poder.
Esto no sólo desalienta la participación: erosiona la confianza en el espacio público y alimenta la idea de que cualquier movimiento social será ensuciado desde adentro y atacado desde afuera.
El ciudadano se moviliza sabiendo que tendrá que enfrentar no sólo policías y granaderos, sino también provocadores y bots.
En este contexto, las nuevas generaciones heredan una protesta contaminada.
Jóvenes, mujeres, estudiantes y familias que marchan hoy lo hacen bajo la sospecha de que un grupo violento puede aparecer en cualquier momento y que una campaña de desprestigio puede desatarse en cuestión de minutos.
No es paranoia: es memoria histórica. Lo vivido en los últimos dos sexenios no dejó certezas, pero sí dejó algo más peligroso, la sensación de que, cuando se trata de infiltrados y manipulación digital, quizá no hay pruebas… pero tampoco tengo dudas.
La protesta es una herramienta legítima en cualquier democracia, pero cuando el Estado la reduce a una teoría de infiltrados y una narrativa de bots que insultan, desplazan y cancelan, deja de dialogar con la sociedad y empieza a dialogar consigo mismo. Y en ese diálogo cerrado, quien pierde siempre es México.
Y una vez más, tenemos que reiniciar el ciclo en el que la víctima de todo esto es siempre la presidenta de la República, la víctima es su gobierno, la víctima —dice el poder— es el pueblo, que en su propia acepción, el pueblo son ellos y son los que ahora mandan.
Mientras la narrativa del gobierno sea el autoritarismo y la razón a fuerza de represión en lugar de atender las causas de las manifestaciones y la inconformidad social, se seguirá viendo como un Estado iracundo, violento hacia quienes piensan diferente y lo peor de todo (para ellos), ya dejaron de ser “La esperanza de México” para ser los verdugos de México.
Comentarios